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Geografía
PAÍSES
Rusia - 8ª parte
n 1921 se habían eliminado todos los partidos, y las disensiones sólo se toleraban dentro del partido, ya comunista. La cuestión económica fundamental de 1918 a 1921 fue asegurar el abastecimiento de las ciudades y de las tropas, y mantener en funcionamiento la industria bélica. Para ello se recurrió a requisaciones forzosas en el campo y a la militarización del trabajo, lo que se ha dado en llamar abusivamente comunismo de guerra. Entretanto, se creó la República Socialista Federativa Soviética Rusa, a la que en años posteriores se fueron uniendo el resto de territorios que formaron el Imperio ruso.
Derrotada la contrarrevolución, y en un clima de grave crisis económica (agravada por la hostilidad de los países vecinos que impusieron un «cordón sanitario») y descontento social, el X Congreso del Partido Comunista Bolchevique Ruso debatió si ya era el momento de «construir el socialismo» y cómo hacerlo. Básicamente se enfrentaban dos posturas: agotar el desarrollo capitalista hasta el final, permitiendo una industrialización espontánea en espera de la «revolución mundial», o mantener el férreo control y provocar una forzada industrialización rápida.Entre 1921 y 1929 se adoptó la primera línea en la llamada NEP (Nueva Política Económica), que permitió la reaparición de una clase de producción anterior a la revolución; pero el aislamiento respecto a los mercados internacionales impedía una acumulación de capital para transferirlo a la industria. Paralelamente, se desarrolló en el interior del partido una pugna por el poder en la que, al morir Lenin en 1924, se impuso Stalin. Este político liquidó la NEP, imponiendo colectivizaciones forzosas para obtener de la plusvalía campesina el financiamiento de la industrialización. Dichas medidas económicas fueron impuestas mediante una sangrienta represión, que en los años 30 se centró en los oficiales del ejército y en el aparato del partido. Al producirse la invasión de la Alemania hitleriana sobre la U.R.S.S. en 1941, la industria pesada soviética estaba en condiciones de hacer frente a las necesidades bélicas, pero a ello se habían sacrificado la industria de bienes de consumo y el nivel de vida de la población.
La forzada participación de la U.R.S.S. en la Segunda Guerra Mundial sí representó importantes ganancias territoriales, pero también un elevado coste en vidas humanas y la destrucción de infraestructuras. Debido a la guerra, toda la Europa del este quedó bajo la influencia de la U.R.S.S., que impuso regímenes comunistas satélites. La doctrina Truman de detener el comunismo supuso el inicio de la Guerra Fría y de la carrera armamentística. Stalin rechazó hasta su muerte, en 1953, cualquier liberalización de su régimen, basado en la centralización, la planificación económica y la represión, con un partido comunista omnipresente que asfixiaba a la sociedad civil. Su sucesor como primer secretario del Comité Central, Nikita Jrushchov, inició una serie de reformas, aboliendo el «culto a la personalidad», descentralizando la planificación económica, suavizando la represión y aplicando una política exterior de «coexistencia pacífica»; sin embargo, durante su mandato se produjo la invasión soviética de Hungría (1956) y la «crisis de los misiles» en Cuba (1962), al tiempo que las relaciones con la China de Mao se deterioraban.En 1964 el Comité Central del PCUS apartó a Jrushchov de sus funciones, sustituyéndolo por el duro Leonio Brejney, quien retomó los métodos autoritarios y burocráticos y diseñó la política de «soberanía limitada» de los países satélites, que justificaron las invasiones de Checoslovaquia (1968), Polonia (1981) y Afganistán. Durante la era Brejney se generalizó la corrupción, el absentismo laboral, el burocratismo y la rutina del trabajo, todo lo cual, junto a la carrera de armamento, dejaron arruinada a la U.R.S.S. A su muerte en 1982, era evidente que hacía falta una renovación del sistema, que tras los gobiernos de transición de los ancianos y enfermos Andropov y Chernenko, se decidió a aplicar desde 1985 Mijail Gorbachov. Aunque, a la postre, ha tenido por efecto la desintegración del régimen soviético e incluso la desaparición de la propia U.R.S.S., cuando Gorbachov lanzó su política de reestructuración o Perestroika, lo que pretendía era reformar desde dentro un sistema que económicamente estaba al borde del colapso. Paralelamente, Gorbachov actuaba según unas sinceras convicciones democráticas, pero no es menos cierto que sus reformas en este sentido también le eran tácticamente útiles, y a menudo se vieron superadas por los acontecimientos. El primer paso lo dio en política exterior, considerando que los gastos en armamento sustraían demasiados recursos, vitales para el país. Con una intensísima actividad diplomática, consiguió convertir a los enemigos en amigos y colaboradores, y logró la firma de diversos acuerdos de desarme. El precio de esta política de convivencia con Occidente fue la pérdida del control sobre sus «aliados», que progresivamente abandonaron el bloque socialista.
Un hito histórico fue la reunificación de Alemania. El segundo paso de esta política de «primar la mantequilla sobre los cañones» debía ser la reconversión de buena parte del complejo industrial-militar soviético en una industria civil de bienes de consumo. Pero ello se ha revelado como una ardua tarea, pues se trata del sector más poderoso del país, no sólo económicamente sino también por el control que ejerció durante décadas, junto al ejército y al KGB, de la cúpula del partido y el estado. En estos núcleos de poder fácticos ha encontrado la Perestroika sus más férreos enemigos. La economía soviética estaba bloqueada por el burocratismo y la centralización, generados de corrupción e ineficacia. Para levantar un sistema productivo y de eficaz distribución de bienes, era necesario acabar con la apatía y el absentismo, dar un salto tecnológico y de aprovechamiento de recursos, cuidar la ecología e introducir el factor competencia.